
Si vamos a hablar de Black Sabbath, es inevitable hablar de 2 de los grandes vocalistas y frontman de la historia del Metal de aquellos tiempos.
En una época llena de excesos, drogas y rock and roll, y tras varios fracasos de avanzar en un nuevo disco, deciden que el gran Ozzy Osbourne debe abandonar la banda por borracho (“se ponía loco con el trago”), y su futura esposa (Sharon) toma una posición crucial en esta historia y propone a un nuevo vocalista. Fué quizás la decisión más certera de esta poderosa mujer (para los que vimos el reality de los Osbourne, que no nos quepa duda que así fué y es), y les lanza un salvavidas a este grupo de seres ahogados en un mar de fama, alcohol y drogas.
Las ideas compositivas salen a flote, y crean este disco que contiene varios matices en sus letras y nuevas composiciones, con una voz distinta e hipnotizadora, sonidos que viajan al cielo en lo divino y al inframundo en lo infernal..
Sube desde los fuegos la mano oscura de un ser divino, un salvador, quién llega con el poder de levantar desde las cenizas con whisky a Black Sabbath. Ese personaje con rostro maléfico, un cabello frondoso, una actitud que parecía ser el mismísimo demonio en el escenario, una voz que calaba profundo en las almas de los terrenales oyentes, y que tambien tenia un corazon gigante por entregar amor a sus fans, y a los perritos (como se le vió en el aeropuerto de Santiago de Chile alguna vez).
Él es el cielo y el infierno a la vez.
Él es Dios, perdón, Dio. Ronnie James Dio.
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