Una joven de 18 años. Un baile comunitario. Una última canción y luego, el silencio.

En una apartada granja del estado de Oregón, Susan Monica parecía ser una mujer reservada que prefería la compañía de animales a la de personas. Veterana de guerra y herrera de profesión, llevaba una vida solitaria criando cerdos y trabajando con metales. Sin embargo, todo cambió cuando un inquietante descubrimiento reveló un oscuro secreto.

Una mañana soleada de 1990 en Wellington, Florida, Marlene Warren abrió la puerta de su casa y se encontró con una figura inusual: un payaso que sostenía globos y flores. Lo que parecía un gesto alegre se convirtió en tragedia cuando el payaso sacó una pistola y le disparó a quemarropa.

Es casi imposible pensar en un niño como un depredador o un monstruo, pero, justamente, estos fueron algunos de los calificativos que utilizó la prensa para referirse al Petiso Orejudo. 

El Petiso Orejudo comenzó una precoz carrera en el crímen, debutando como asesino a la corta edad de ocho años. ¿La maldad es algo inherente al ser humano acaso? o quizá sea sólo una conducta aprendida mediante un entorno violento. 

El destripador llega a sus últimas consecuencias. Un repaso de lo que fue de la vida de quienes, de una u otra forma, se vieron envueltos en el caso. 

Peter Sutclife enfrenta su sentencia apelando mediante los abogados. 

A pesar del odio generalizado hacia el Destripador, las ofertas de jugosos cheques, por parte de los diarios para la exclusiva de su historia, seguían llegando al buzón en casa de los Sutcliffe.  
 

La población volcó inmediatamente su odio por el Destripador hacia las autoridades.  

Peter Sutcliffe se amparó bajo el alegato de demencia, pero ¿hasta qué punto eran ciertos sus argumentos de esquizofrenia? 

La policía perdió la objetividad en aras de atrapar a su hombre, siguiendo cualquier pista que pareciera medianamente convincente.  

 Cualquier objeto doméstico se convirtió, en las manos equivocadas, en un arma perfecta.  

La furia asesina de Peter Sutcliffe estaba en todo su esplendor, mientras la policía se hundía en miles de declaraciones y papeleos que no conducían a ninguna parte.  
Este momento lo aprovechó un bromista que fue tan culpable de las últimas muertes como el mismo Destripador.  

El destripador llegó a tal cinismo de regresar a la escena del crimen, ocho días después, para tomar el billete de cinco libras que podría dar a las autoridades una pista sobre su identidad.  

¡Colgad al destripador! Era el clamor popular como respuesta al ineficiente trabajo de la policía.  

La esposa del destripador de Yorkshire compartía algunas de sus rarezas, quizá por eso llegaron a comprenderse tan bien. Aunque, en su tiempo juntos, ella alegó que nunca tuvo motivos para sospechar de su marido.

En sus pláticas habituales con amigos del trabajo, se llegó a tocar el tema del destripador y Peter Sutcliffe, con nervios de acero, llegó a decir que “el Destripador debía dar cuenta de varios crímenes cuando fuese atrapado”. Su actuación fue tan perfecta, que acompañaba a su esposa al turno nocturno por temor al Destripador, pero el regreso era aprovechado para atacar.  

¿Esquizofrenia o solamente un vil engaño de Sutcliffe? 

Peter Sutcliffe pasaba hasta cuatro horas en el váter o bien, solía hacer bromas de pésimo gusto con respecto a su trabajo como enterrador en Bingley, detalles extraños en su comportamiento, pero no lo suficiente como para que la familia o la policía sospecharan de él.  

Rita Ritka se encuentra en una encrucijada: denunciar la desaparición de su hermana, aunque se le acuse de prostitución, o buscarla por sus propios medios.