
Dios no busca rituales vacíos ni ceremonias externas sin un corazón dispuesto a obedecer. Los sacrificios, aunque importantes en el contexto del Antiguo Testamento, nunca reemplazan una relación sincera con Él. La obediencia surge de un corazón que ama y respeta a Dios, mientras que los sacrificios, sin obediencia, pueden convertirse en actos mecánicos o de autosatisfacción.