
Japón eligió por primera vez a una mujer como primera ministra: Sanae Takaichi. Un hecho histórico en un país donde la jerarquía, la disciplina y el patriarcado siguen marcando la vida cotidiana. Su llegada al poder parece un triunfo de la igualdad, pero también un movimiento calculado del sistema político más conservador de Asia. Mientras una mujer alcanza la cima, millones siguen atrapadas en la base, enfrentando hostigamiento laboral, renuncias forzadas y estructuras que las empujan a elegir entre maternidad o carrera. Takaichi representa el cambio posible dentro del orden existente: renovación sin ruptura. Su figura desnuda la paradoja de un Japón que avanza sin soltar el pasado y nos obliga a mirar más allá del titular: ¿es el inicio de una nueva era o solo una hábil estrategia del poder para sobrevivir intacto?