
El último debate presidencial dejó una sensación amarga: más show que propuestas, más ataques que ideas. Pero la pregunta de fondo es incómoda: ¿cuánto de esa degradación es culpa de los políticos y cuánto de nosotros como ciudadanos que aplaudimos la frase hiriente? ¿De verdad queremos elegir al próximo presidente como si fuera un casting televisivo? Mientras tanto, la desinformación digital avanza y amenaza con decidir por nosotros. Si seguimos celebrando el circo, ¿qué queda de la democracia?