
Estoy seguro que, si me llevaran a Chinatown con los ojos y los oídos tapados, sabría que estoy aquí. Lo percibes por todos los poros de la piel: el bullicio y la gente atropellándote por Doyers Street o el olor a pato laqueado cuando giras por este callejón son una pista perfecta para saber que te acabas de quedar atrapado por esta sucursal de Asia.