
Mi tierno secreto está sepultado para siempre en mi alma.
Mi corazón palpita todavía frecuentemente
para corresponder a los latidos del tuyo;
pero luego tiembla guardando un profundo silencio.
Mi llama es como la luz eterna de una lámpara sepulcral,
cuya débil claridad se oculta a todos los ojos.
La fría oscuridad de la desesperación no la apagará jamás,
aunque sus rayos sean tan inútiles como si nunca hubieran existido.
Acuérdate de mí; nunca pases cerca de mi sepulcro
sin hacer memoria de aquel cuyas cenizas se hallan allí encerradas.
El único tormento que mi corazón no podría tolerar
sería el que me olvidaras.
Escucha los últimos acentos de una voz moribunda.
La virtud no impide que se compadezca a los muertos.
Concédeme la sola gracia que te he pedido: una lágrima,
la primera y la última recompensa de tu amor.