¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.
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¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.
Las tentaciones de Jesús no fueron solo físicas, sino pensamientos que buscaban desviarlo de su misión (Lucas 4:13). De igual manera, el enemigo siembra ideas para apartarnos del propósito de Dios.
Las voces internas pueden ser miedos, celos, resentimientos, deseos de venganza o pensamientos destructivos que intentan alejarnos de Dios (Mateo 13:15).
Incluso personas cercanas, como Pedro, pueden sin querer convertirse en instrumentos de desánimo (Mateo 16:22-23).
También cargamos votos internos que hicimos en el pasado —“no volveré a confiar”, “no volveré a llorar”— que se convierten en fortalezas mentales si no los rendimos a Dios.
Para vencer estas voces es necesario someterse a Dios, resistir al diablo y ordenar a todo pensamiento que se vaya (Santiago 4:7; 2 Corintios 10:3-5).
Dios quiere transformar nuestra manera de pensar (Romanos 12:2) y enseñarnos a reconocer su voz, que es dulce, pacífica y nunca contradice su Palabra (Juan 10:27; 1 Reyes 19:11-13).
El mensaje nos invita a discernir qué voces escuchamos, derribar fortalezas mentales y permanecer atentos al suave susurro de Dios que trae dirección, paz y vida.
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¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.