¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.
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¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.
Jesús advirtió que “una ciudad o una familia dividida por peleas se desintegrará” (Mateo 12:25-26). La estrategia de “divide y vencerás” es usada por el diablo para que los creyentes pierdan el enfoque de su misión.
Estar en unidad con Dios implica someterse a su voluntad, obedecer su Palabra y confiar en que su plan es lo mejor para nuestra vida (Santiago 4:7; Lucas 22:42).
La división entre cristianos es una realidad desde los tiempos bíblicos: los discípulos discutían por quién era el mayor (Lucas 22:24), Pablo y Bernabé tuvieron un desacuerdo serio (Hechos 15:39), pero Jesús oró “para que todos sean uno” (Juan 17:21).
En lugar de enfocarnos en diferencias doctrinales secundarias, debemos afirmar las verdades centrales de la fe: la divinidad de Cristo, su muerte y resurrección, la obra del Espíritu Santo y la autoridad de la Biblia.
La unidad también debe prevalecer en la familia; el enemigo usa egoísmo, celos y resentimientos para dividir relaciones (Marcos 13:12).
La oración en acuerdo tiene poder para desbaratar planes del enemigo (Mateo 18:19; 1 Juan 5:14). La alabanza y la gratitud en medio de las pruebas dividen el reino de las tinieblas (2 Crónicas 20:21-23).
Este mensaje desafía a restaurar la unidad con Dios, con otros creyentes y en la familia, para resistir al enemigo y avanzar en el propósito de Dios.
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¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.