
El duelo por una mascota se siente en el cuerpo, en el alma y en los recuerdos. Es un proceso que duele, pero que también nos recuerda lo profundo que puede ser el amor.
No hay una forma correcta de vivirlo —cada quien lo atraviesa a su manera. Algunos lloran, otros guardan silencio, otros necesitan hablarlo mil veces hasta que el peso se vuelve un poco más ligero.
Vivir el duelo es darnos permiso de sentir: de extrañar, de enojarnos, de agradecer.
Es reconocer que ese lazo fue real, que fue amor puro y sin condiciones.
Con el tiempo, ese dolor tan fuerte se transforma. Deja de ser un vacío y se vuelve una presencia distinta… una calma, una memoria cálida, una sonrisa cuando pensamos en ellos.
Porque al final, nuestras mascotas no se van del todo.
Siguen con nosotros en los recuerdos, en lo que aprendimos gracias a ellas, en la ternura que dejaron en nuestra forma de amar.”