
El camino que Dios nos traza es claro. No es un ciclo de pecar, culpar al diablo y volver a pecar. Es un camino de crecimiento. Es reconocer nuestra debilidad, tomar responsabilidad por nuestras elecciones, correr a Dios en confesión y arrepentimiento, recibir Su misericordia y, con Su poder, caminar en una nueva dirección.
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