
El último versículo del Antiguo Testamento no es una advertencia, ni una promesa de prosperidad, ni siquiera una exhortación a la obediencia ritual. Es un clamor por la restauración del corazón: “Y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres...” (Malaquías 4:6)
Con esta palabra se cerró el Antiguo Pacto y comenzaron 400 años de silencio profético. Es como si Dios dijera: “Este será el sello de todo lo que les he hablado hasta ahora: quiero restaurar el amor y la unidad en sus hogares”.
La última palabra de Dios antes del Mesías no fue sobre templos ni sacrificios, sino sobre corazones que se reconcilian. Porque el avivamiento que Dios anhela no comienza en estadios llenos, sino en hogares restaurados.