
Al imitar el acto generoso de Dios, podemos encontrar alegría y propósito en nuestras vidas. No se trata solo de dar dinero, sino de dar de nosotros mismos. Puede ser compartir nuestro tiempo con alguien que lo necesita, ofrecer una palabra de aliento, brindar apoyo emocional o poner nuestras habilidades al servicio de los demás.
La generosidad no solo beneficia a quienes la reciben, sino también a quienes la practican. Nos conecta con nuestra humanidad compartida, fortalece los lazos comunitarios y crea un mundo más compasivo. Además, nos recuerda que todos tenemos algo valioso que ofrecer, independientemente de nuestras circunstancias.