
Nadie podía creer que Gary Ridgway, devoto pentecostal, trabajador responsable, casado y padre de dos hijos fuera el criminal en serie que se movió impunemente durante casi dos décadas en el estado de Washington. Lo buscaba el FBI y hasta otro criminal famoso, Ted Bundy, ofreció su ayuda para capturarlo. Cayó por las sospechas de un sheriff obsesionado con él y una prueba de ADN