
La fe nace al oír la Palabra de Dios, pero se fortalece cuando obedecemos sin posponer. Abraham confió en Dios y dejó todo sin garantías, marcando un ejemplo de fe viva. No obedecemos para ganar el amor de Dios, sino porque ya somos amados. Aunque el miedo o el “qué dirán” quieran detenernos, la fe verdadera da pasos firmes incluso en la incertidumbre. Dios no nos llama a entenderlo todo, sino a confiar en Él. Dios no busca perfección, sino corazones dispuestos. La obediencia oportuna honra a Dios y anima a otros a confiar también.