
Jesús no nos mandó a plantar iglesias, nos mandó a hacer discípulos. En la Gran Comisión (Mateo 28:18-20) el verbo principal no es “planten”, sino “hagan discípulos”. Plantar iglesias no es malo ni antibíblico, pero no es el mandato primario. En el Nuevo Testamento, la iglesia surgía como fruto natural del discipulado: cuando personas eran transformadas por Jesús y se reunían, la iglesia nacía de manera orgánica. El peligro de invertir el orden es que cuando nos enfocamos en estructuras, medimos el éxito por asistencia, edificios o programas, pero cuando nos enfocamos en hacer discípulos, la vida de Cristo se multiplica y la iglesia florece de manera sana y misional. La misión no es construir organizaciones, sino formar personas que siguen a Jesús. Una iglesia sin discípulos es un cascarón vacío, pero cuando discipulamos, la iglesia sucede.