
En Barrio Luján, una casa de madera conserva intacto el rumor de medio siglo de palabras. Ahí nos recibió don Gerardo César Hurtado, acompañado de su esposa Sara —compañera de vida desde la infancia y cómplice de cincuenta años de matrimonio—. Fue una noche de conversación luminosa, de esas que se sienten regalo y lección. Entre tazas de café y recuerdos, don Gerardo abrió su biblioteca interior para mostrarnos no solo su obra, sino también la mirada crítica y sensible con la que ha atravesado la literatura costarricense. Junto a Bernabé Berrocal, de Editorial PUA y el Taller Literario Alajuelense, escuchamos lo que terminó siendo más que una entrevista: una clase magistral.
El escritor y su trayectoria
Gerardo César Hurtado nació en Limón en 1949, en medio de una Costa Rica que aún respiraba los ecos de la guerra civil. Su infancia estuvo marcada por los viajes en tren, los juegos en los puertos y el descubrimiento temprano de historias que lo acompañarían toda la vida. A los 22 años, con la erupción del Irazú como telón de fondo, escribió la novela que lo pondría en el mapa: Irazú (1972), publicada tras ganar un certamen nacional. Desde entonces, su escritura no se detuvo.
A lo largo de las décadas vinieron títulos como Los Parques, Así en la vida como en la muerte —recomendada nada menos que por Juan Rulfo—, Los Vencidos y Libro Brujo, junto con poemarios y cuentos que confirmaron su lugar como una de las voces más singulares de la narrativa costarricense. En su obra se mezclan lo poético y lo narrativo, lo mítico y lo real, en una tensión que nunca busca complacer sino interpelar.
Esa noche en Barrio Luján, yo llegué en bicicleta. Al terminar la conversación me quedé un rato más en la sala de don Gerardo y doña Sara, esperando que se calmara la lluvia. Afuera, San José parecía en pausa: fresco, silencioso. El regreso a casa tuvo su propio epílogo: una parada de pits en un supermercado de barrio que contrastaba con todo a su alrededor, donde compré un chocolate antes de seguir el camino. Un gesto mínimo, pero suficiente para recordarme que había asistido a una velada extraordinaria, y que la ciudad, por un momento, se había vuelto íntima. En muy pocas ocasiones, y especialmente a esa hora, había subido por aquella calle con un tráfico tan escaso, casi nulo, guiado apenas por la luz lunar difuminada entre las nubes.
La experimentación literaria
Escuchar a Gerardo César Hurtado hablar del cuento es entrar a un taller invisible donde cada palabra pesa. Recuerda a Horacio Quiroga y sus reglas, a Borges con su crítica al “final feliz”, a Cortázar y su capacidad de abrir la puerta a lo fantástico en lo cotidiano. Para él, el cuento es un reto de precisión: debe tener exposición, desarrollo y un final que sorprenda, que deje al lector en una orilla inesperada. En sus palabras, el cuento “es circular, como el destino de Edipo”, y por eso necesita una estructura simple pero contundente.
Pero si el cuento exige precisión, la novela en Hurtado es territorio para la exploración. Sus obras son polifónicas, fragmentarias, habitadas por personajes que reaparecen en distintos libros, como si su mundo narrativo fuera una gran constelación. Esa complejidad —a veces vista con recelo por la crítica— no es un capricho, sino una manera de reflejar realidades múltiples, entrelazadas como las hebras de una trenza. En Así en la vida como en la muerte, por ejemplo, las manifestaciones políticas contra ALCOA conviven con historias íntimas de adolescentes, en un relato que cruza lo político con lo poético.
Por eso, lo vivido aquella noche fue más que una entrevista. Fue una clase magistral, un repaso por la memoria viva de nuestra literatura y una invitación a seguir leyendo con ojos críticos. Queda el registro sonoro, que ahora compartimos aquí como archivo y como celebración.