
Imaginá un pueblo antes de que la modernidad le arrancara la piel, antes de los portones eléctricos, de las alarmas que chillan por la madrugada, antes de que la calma fuera un recuerdo y la bruma un fantasma de otras eras.
Un Desamparados donde las casas olían a leña, a ropa mojada y a polvo de carretera, donde el viento corría libre entre cafetales y el sonido de los gallos tejía las horas de la madrugada hasta el alba. Esa infancia, que hoy apenas recordamos, olía a tierra mojada y a un futuro que se creía eterno, ahi creció un niño que creía en milagros.
Este relato es una puerta entreabierta a ese tiempo, un susurro de lo que fuimos antes de entender lo que la vida realmente cobra. Porque su autor, Martín Campos, guarda en su mirada el peso de todas las veces que la esperanza se le escapó de las manos.
Es un hombre que aprendió pronto a no esperar milagros, y que en lugar de rezar, comenzó a cultivar silencios, a comerciar sombras, a intercambiar pequeños consuelos invisibles entre quienes ya no encontraban paz en los altares. Fue un maestro de lo oculto, un tejedor de rutas discretas, un hombre que caminaba por las calles con la parsimonia de un sacerdote, ofreciendo redenciones que no venían en frascos ni en oraciones.
Pero hoy, en su voz, no escucharás ni la nostalgia fácil ni la queja de la vejez. Su relato es un eco de algo más profundo, algo que no cabe en la palabra fe, ni en la palabra pérdida, ni en el nombre del objeto que se hundió para siempre. Es una confesión sin penitencia, un exorcismo suave, como una ráfaga de viento frío que cruza el umbral cuando abrís la puerta al amanecer. Hay un dolor callado en cada pausa, una carcajada seca en cada línea, como si supiera que reírse de uno mismo es la única oración que siempre funciona.
Escuchar su historia es sentarse a la orilla de un río invisible y oír cómo su corriente arrastra nuestras certezas. Es oler el incienso y el lodo, es sentir el aliento frío de las golondrinas que huyen de los campanarios al atardecer. Es mirar el rostro de un niño en la penumbra de una iglesia vacía y preguntarse si ese niño, en el fondo, sigue esperando que algo caiga del cielo.
Porque este relato no trata de un paraguas perdido, ni de un milagro que no llegó. Trata de ese segundo exacto en que dejamos de creer que la vida nos debía algo. De esa tarde donde supimos, sin palabras, que nadie vendría a rescatarnos, que no habría devolución ni reembolso de lo que se llevó la corriente. Y sin embargo, seguimos despertando al día siguiente, nos sacudimos el barro de las rodillas y caminamos de nuevo hasta la escuela, hasta la iglesia, hasta la esquina, hasta el lugar donde alguien esperaba recibir un pequeño trozo de consuelo, envuelto en palabras, en humo, en silencio.
Hoy, Martín Campos, con la voz gastada por tantas noches de vigilia y amaneceres de calles frías, nos recuerda que el mundo no necesita héroes con capa, ni mártires, ni profetas; necesita narradores. Hombres que sepan contar con temblor y con filo, con compasión pero sin sentimentalismo, que revelen la verdad de los días grises y las noches sin milagros.
Su relato es un umbral. Cruzalo con cuidado. Escuchalo como quien escucha un secreto que no se debe repetir, pero que transforma para siempre. Porque en su silencio hay un rugido, y en su historia, un espejo. Y tal vez, cuando termine, no recordarás el objeto perdido, ni el templo vacío, ni siquiera el nombre del niño. Pero vas a quedarte con esa sensación fría y honda en el pecho, ese sabor de agua chocolatosa y piedra mojada que sólo dejan las historias reales.
Historias que, sin decirlo, te cuentan quién sos!
Música utilizada en este episodio: Ambre – Nils Frahm Álbum: Wintermusik (2009) © Erased Tapes Records Glass – Hania Rani Álbum: Esja (2019) © Gondwana Records Saman – Ólafur Arnalds Álbum: re:member (2018) © Mercury KX / Universal Music Operations Limited