
Pero en dónde más nos entendemos es cuando les digo que los colores me hablan, me dicen en qué parte de la casa quieren estar y no cómo me dice la patrona, sino que son ellos mismos quienes me dicen en donde los ponga, en un muro, en este, aquel o en un plafón. Y ahí se quedan muy contentos, platicando entre ellos mismos, mientras poco a poco se van secando.
Del mismo modo son los despertares en mi cuartito de cartón ubicado en la azotea de la vecindad en la que vivo. Desde ahí puedo oír los colores de las fachadas de las casas dándose los buenos días, saborear el sol levantando, y oler el canto de los pájaros mientras oigo el aroma de mi café en tanto está hirviendo en la parrilla.