
Allá nunca me adapté. Todos me hacían el feo por estar recién llegado de provincia, porque el español se me cruzaba con el tzeltal, (mi verdadera lengua) por el color de mi piel y mi estatura de 1.50. Me decían el Chang, por no decirme chango. En la casa de estudiantes me dieron la peor cama, en el salón de clase me sentaba hasta atrás y en el comedor siempre comía solo. Únicamente me juntaba con un compañero campechano y entre los dos nos dábamos ánimos para seguir estudiando, y por fin logré terminar, me gradué como ingeniero agrónomo y conseguí una beca del gobierno de mi Estado que me llevó a Dinamarca, siendo parte de un proyecto binacional creado para impulsar la ganadería chiapaneca.
Esa experiencia cambió mi vida, porque allá la gente me aceptó bien. Mi tono de piel, mi cabello negro, mi constitución física y mis palabras en tzeltal les eran atractivas, y más para mis colegas rubias de Suecia, Noruega o Finlandia, y yo no lo podía creer.