
Aquí arriba está bien raro, no se oye nada del jolgorio de allá abajo, al contrario, se siente bien tranquilo. Hay muchos cuartitos de vidrio como peceras, en donde está una tornamesa. Me parece que ahí la gente se encierra para probar el disco que uno quiera. Todos se ven muy contentos. En uno de ellos veo a un viejito encorvado con la piel muy arrugada, con el pelo largo y blanco. Como es el único que tiene la puerta abierta, me atrevo a ir con él para preguntarle si conoce al encargado de ahí arriba. Me dice que es él. Entonces, le explico que me mandan de la escuela para investigar qué es la música clásica. Cuando se lo digo se pone muy contento, se sonríe y me invita a pasar con él. Estando ahí dentro, me sienta en un banquito y poniendo varios discos me empieza a explicar. Pero la verdad es que nada de eso me interesa, sino más bien lo que me llama la atención es cómo se empieza a transformar conforme va oyendo la música. Ya no es un viejo, sino que ahora su cara es de la de un joven, con un cuerpo muy alto y erguido, el cabello le cae reluciente sobre los hombros, en tanto que con sus brazos ágiles y largos sigue el compás de su voz tarareando el ritmo de la música. Cuando se emociona, sube, baja, gira y gira sus manos muy rápido, como si tuvieran vidas independientes de su cuerpo.