
Al llegar la pandemia, el panorama amazónico cambió. Las tribus que vivían de sus artesanías, de la pesca, del turismo y del comercio entre fronteras, se empezaron a esconder. La selva se sumió en un miedo profundo acompañado de un silencio absoluto, muy parecido al cauce tranquilo que caracteriza al río, y su única salvación fue el conocimiento ancestral que han transmitido de generación en generación.