
En 1991, Nelson Mandela viajó a España y el gobierno de entonces, socialista, le ofreció una comida homenaje en el Alcázar de Toledo. Felipe González le contó la historia del edificio, pero se guardó para sí el último episodio del Alcázar en plena guerra civil, que fue destruido casi en su totalidad por el Frente Popular para acabar con la resistencia de los soldados nacionales. Mandela levantó su copa y dijo: por los “gloriosos defensores del Alcázar” obligando a todos los presentes a brindar por ellos, pensando que eran los protagonistas de una batalla medieval y no los soldados del general José Moscardó.