
En la medida en que los dogmas cristológicos fueron divinizando a Jesús, la tendencia teológica consistió en revestirlo, ya desde sus orígenes, de circunstancias maravillosas, extraordinarias. Inicialmente, la doctrina sólo hacía referencia a su concepción virginal en el seno de María. Más adelante, también en el parto María habría conservado su virginidad y después del nacimiento de Jesús jamás habría tenido nuevas relaciones sexuales.