
Mengin no era solo un vendedor de lápices de la historia. En las plazas de París, su presencia era un espectáculo: una mezcla entre teatro, danza y estrategia comercial. Rodeado de admiradores, el meticuloso y carismático charlatán sabía cómo jugar con la curiosidad y la expectación del público parisino. Con un atuendo quijotesco y un performance que dejaba sin aliento, convirtió el simple acto de vender lápices en una experiencia inolvidable.