
Hay una verdad que a veces olvidamos: la iglesia es un hospital para los que necesitan ser sanados.
Comparto una historia real de cuando visitaba hospitales y entendí que, aunque hay caos, llanto y dolor, también hay esperanza.
En la iglesia todos llegamos con heridas, y aun los que sirven también necesitan sanar.
Aprendemos que servir no siempre es hacerlo desde la abundancia, sino desde la gracia. Y recordamos algo poderoso: mientras haya pulso, hay esperanza.
Porque en este hospital, a veces Dios te sana… mientras ayudas a sanar a otros.