En los mercados, como en la mayoría de los campos, existe la tentación de confundir la inteligencia con el éxito. El inversor que afirma poder adivinar la dirección del S&P 500, o que ve una burbuja en las acciones de semiconductores antes que el resto de nosotros, causa una gran impresión. Son los velocistas que se adelantan en los primeros metros de la carrera. Pero invertir, a diferencia de los 100 metros lisos, es una maratón, y lo que cuenta más que la velocidad pura es la capacidad tenaz para seguir adelante cuando el glamour ha dado paso al trabajo duro.
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