
En esta enseñanza, exploramos la poderosa verdad de Juan 15:5: “Separados de mí nada podéis hacer”.
Descubrimos que el fruto en la vida cristiana no es el resultado de nuestro esfuerzo humano, sino de una conexión profunda y constante con Cristo, la vid verdadera.
A través de ejemplos bíblicos y cotidianos, aprendemos que:
-El tiempo oculto de Dios es preparación, no pérdida.
-El fruto no es opcional, sino evidencia de nuestra vida en Cristo.
-No se trata de aparentar con hojas, sino de dar frutos que transforman y permanecen.
-El fruto del Espíritu es el estilo de vida que glorifica al Padre y bendice a los que nos rodean.
Esta prédica nos recuerda que no fuimos creados para la esterilidad, sino para llevar fruto abundante que trascienda a generaciones. Permanece en Cristo, y su vida fluirá en ti de manera natural.