
El crecimiento y la madurez espiritual es una meta que el creyente nacido de nuevo se propone alcanzar en su diario vivir. No se conforma con solo ser un creyente que toma solo leche espiritual sino que cada día desea alimento solido y crecer en el conocimiento de Cristo Jesús. La adversidad y el desanimo pueden generar o influenciar en el caminar de el creyente y quedarse estancado en un circulo religioso, pero el creyente que se relaciona con Dios y anhela apasionadamente el alimento solido perseverará aún en medio de sus retos. Entiende que la queja, la murmuración, el enojo y decepción de las personas no lo impedirá de seguir avanzando y creciendo en su conocimiento de Cristo Jesús. El pecado no lo detendrá sino que lo confesará y seguirá en su deseo de poder enseñar a otros como vivir una vida piadosa para la gloria del Padre.