
«Mi alma está hacia el Señor, como los centinelas hacia la mañana»
(Salmo 130,6)
Los centinelas vigilaban por turnos. Al que le tocaba de noche ansiaba la llegada del alba porque el relevo suponía poder descansar tranquilo. La metáfora, tomada de los ciclos naturales, esconde algo profundo: puede que tarde, pero el alba llega. La espera no es eterna; la mañana acaba llegando, siempre.
Se trata de una imagen similar a la de «los torrentes en el Negueb» (Salmo 126, 4).
Quizá el salmista quiera centrarse en lo impetuoso del fenómeno natural, pero lo cierto es que las aguas acaban llenando el torrente sin poder predecir muy bien el cuándo, pero lo hacen, periódicamente. Como dijimos antes: puede que tarde, pero el agua llega.
Estos ciclos naturales nos enseñan a saber esperar con paciencia, sabiendo que al final nos aguarda el alivio que dan la claridad de la luz y el frescor del agua.