
Aunque como laicos, amigos o familiares deseemos ayudar a un sacerdote en dificultad, llega un punto en que esa ayuda no basta. La oración, la vida sacramental, la disciplina, la dirección espiritual o la terapia son pasos que él mismo debe asumir con libertad. Si no lo hace, el ministerio se apaga poco a poco, como una lámpara que se consume sin aceite.