
Una de las cuestiones más importantes que la iglesia primitiva abordó fue la relación entre el cristianismo y la filosofía. Sin duda, el apóstol Pablo se reunió, debatió y predicó ante filósofos (Hechos 17:18). Cuando habló en el Areópago a los filósofos epicúreos y estoicos —donde aún resonaban ecos del pensamiento socrático y aristotélico—, Pablo construyó su sermón improvisado en torno a las creencias fundamentales de la filosofía estoica. Lo que hizo fue apelar al dios al que ellos seguían sin conocerlo, para revelarles que ese Dios era, en realidad, el Gran y Todopoderoso Señor del universo.