
La capacidad de contemplar a Dios, según la Biblia, es un privilegio espiritual que transforma el corazón del creyente. No se trata solo de ver con los ojos físicos, sino de percibir Su gloria, Su santidad y Su amor con el alma. La Escritura dice: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), mostrando que la pureza interior permite esa contemplación. Al contemplar a Dios, somos cambiados a Su imagen, como dice 2 Corintios 3:18: “Mirando a cara descubierta la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen.”
En resumen, contemplar a Dios es entrar en comunión profunda con Él, ver Su grandeza y dejar que Su presencia transforme nuestro ser.