Cuando observas a una niña o a un niño jugar, puedes fácilmente darte cuenta de cómo un juego comienza como lo opuesto a “lo serio”, pero esta oposición a lo serio, pronto deja de estar fija. Un niño juega porque el juego no es cosa seria, pero rápidamente se convierte en un juego muy serio para el niño.

Experimentamos placer con el juego. En esto radica la necesidad que tenemos de él. Pero, tengamos en mente que puede suspenderse en cualquier momento, cesar por completo el juego. No se realiza en virtud de una necesidad física y mucho menos de un deber moral. No es una tarea. Se juega en tiempo de ocio. Solo secundariamente, al convertirse el juego en una función cultural, entonces, encontraremos los conceptos del deber y de tarea, que le vinculamos, de nuevo: secundariamente, al juego.

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