
¿Dónde ponemos nuestro corazón y nuestra vida? Las lecturas de hoy nos invitan a elevar la mirada y buscar los bienes celestiales, dejando atrás aquello que nos aleja de Dios y nos empuja a una existencia vacía. En esta breve reflexión descubriremos cómo vivir arraigados en Cristo implica un cambio profundo que se refleja en la manera de entender la pobreza, el sufrimiento y la justicia.
Pablo anima a los colosenses y a nosotros a buscar y amar los bienes de arriba, porque nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Ya hemos resucitado con Él, por eso debemos “dar muerte” a lo que nos aleja de esa vida nueva: la fornicación, la impureza, los malos deseos, la avaricia —forma moderna de idolatría—, así como la ira, el rencor y las palabras dañinas. Pablo subraya que esta renovación implica despojarnos del “viejo yo” para revestirnos del “nuevo yo”, que se transforma con el conocimiento de Dios, creados a su imagen. En este nuevo orden ya no hay distinciones sociales o culturales, porque en Cristo “todo es y será renovado”.
El Evangelio según Lucas recoge las bienaventuranzas, que Jesús proclama con voz llena de esperanza y ternura a sus discípulos. “Dichosos” son los pobres, los que tienen hambre y lloran ahora, porque su recompensa será plena en el Reino de Dios. Jesús no solo no rechaza el sufrimiento ni la pobreza, sino que les da un lugar privilegiado en su Reino. Al mismo tiempo, lanza advertencias claras a los ricos, a los satisfechos y a quienes solo buscan la gloria y aplauso mundano: “¡Ay de ustedes!”, porque el desenlace será contrario al que esperan. El Reino de Dios invierte los valores y celebrar a los humildes es proclamar la justicia divina que sostiene a los oprimidos y corrige las injusticias.
Podemos interpretar estas palabras como un llamado a vivir una vida auténtica, centrada no en las seguridades terrenales, sino en la esperanza y la justicia divina. Ser “pobre” o “tener hambre” puede ser una condición espiritual que nos abre al Reino cuando confiamos en la providencia de Dios y nos comprometemos a vivir con valores de humildad, solidaridad y amor. Las bienaventuranzas nos indican una ruta para la felicidad verdadera, que trasciende las modas pasajeras.
¿Cómo podemos vivir hoy estos mensajes? Primero, reconociendo los “bienes de arriba” en nuestra vida cotidiana: cultivar la oración, la caridad, la justicia y la paciencia. Segundo, despojándonos de hábitos y actitudes negativas que nos alejan de Dios y del prójimo, como la envidia, el odio o la superficialidad. Tercero, aprender a ver en el otro, especialmente el vulnerable, al mismo Cristo y actuar con compasión. Finalmente, vivir con la alegría profunda que brota de saber que Dios está construyendo un mundo nuevo, donde las víctimas de hoy serán honradas mañana.
En conclusión, el mensaje de hoy nos invita a renovar nuestra vida desde la resurrección de Cristo y a ser testigos de esa esperanza en un mundo que a menudo valora lo contrario. Que esta Palabra nos ayude a poner el corazón en lo eterno y a vivir con valentía y alegría el proyecto de Dios para nosotros.
Gracias por escuchar este espacio de reflexión. Si este mensaje te ha renovado, comparte este podcast y acompáñanos cada día para profundizar juntos en la Palabra que transforma. Recuerda: aquí te llevamos la Palabra de Dios en formato podcast, para que nunca camines solo.
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