
¿Alguna vez has sentido que la división y el individualismo dominan nuestro mundo? Hoy, las lecturas sagradas nos invitan a descubrir el poder de la unidad, no como un ideal lejano, sino como una realidad posible cuando dejamos que la oración de Jesús transforme nuestro corazón. Quédate, porque en los próximos minutos vamos a explorar cómo la fe puede ser el puente que une lo que parece imposible de reconciliar. Recuerda: cada día te acercamos las lecturas sagradas en formato podcast, para que la Palabra de Dios te acompañe y te inspire dondequiera que estés.
La primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra a Pablo en Mileto, despidiéndose de la comunidad cristiana de Éfeso. Pablo, consciente de que su misión en esa región ha terminado, ora con los presbíteros y les encomienda a Dios, recordándoles la importancia de la fe, la vigilancia y el servicio desinteresado. Es un momento de profunda comunión, marcado por la tristeza de la despedida y la esperanza en la acción del Espíritu Santo.
El Evangelio según San Juan (17,11b-19) nos sitúa en el corazón de la oración sacerdotal de Jesús, justo antes de su pasión. Jesús ruega al Padre por sus discípulos, pidiendo que sean uno, como Él y el Padre son uno. No ruega para que sean apartados del mundo, sino para que sean protegidos del mal y consagrados en la verdad. Jesús subraya que los suyos no son del mundo, aunque vivan en él, y los envía a continuar su misión.
La oración de Jesús por la unidad es uno de los momentos más profundos del Evangelio. No se trata de uniformidad, sino de comunión: una unidad que respeta la diversidad, pero que tiene su raíz en el amor y la verdad de Dios. La teología cristiana ve en este pasaje el fundamento de la Iglesia como comunidad de fe, llamada a ser signo visible de la presencia de Cristo en medio del mundo.
La unidad es, además, un testimonio poderoso. Jesús sabe que el mundo necesita ver comunidades reconciliadas, capaces de superar diferencias y vivir el amor auténtico. Por eso, su oración es también una misión: “Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad”. La consagración no es aislamiento, sino envío. Los discípulos están llamados a vivir en el mundo, pero sin dejarse contaminar por él, siendo portadores de la luz y la verdad de Cristo.
En la primera lectura, Pablo encarna este ideal de unidad y servicio. Su despedida es un acto de humildad y entrega, donde reconoce que la obra no es suya, sino de Dios. La comunidad queda en manos del Espíritu, llamada a perseverar en la fe y en el amor mutuo.
Vivimos en una sociedad marcada por la polarización, la competencia y la desconfianza. Muchas veces, incluso dentro de nuestras comunidades, experimentamos divisiones y desencuentros. El Evangelio de hoy nos interpela: ¿somos constructores de unidad o sembradores de discordia? ¿Buscamos la comunión o nos dejamos llevar por el egoísmo y la indiferencia?
La oración de Jesús es una invitación a revisar nuestras actitudes. Nos llama a reconocer que la unidad no es fruto de nuestros esfuerzos, sino don de Dios que se cultiva en la oración, el perdón y la apertura al otro.
¿Cómo podemos vivir este mensaje hoy?
Fomentando el diálogo y la escucha en nuestras familias, comunidades y lugares de trabajo, buscando siempre lo que nos une más que lo que nos separa.
Orando por la unidad de la Iglesia y de la sociedad, pidiendo a Dios la gracia de superar prejuicios y resentimientos.
Siendo testigos de reconciliación, dando el primer paso para sanar relaciones rotas y construir puentes donde hay muros.
Viviendo con coherencia la verdad del Evangelio, para que nuestra vida sea un reflejo de la comunión que Jesús pide al Padre.
Recordando que la misión cristiana es siempre comunitaria: nadie se salva solo, y todos somos responsables de la unidad.
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