
¿Te has preguntado alguna vez qué significa realmente vivir para algo más grande que uno mismo? Hoy, las lecturas sagradas nos confrontan con la profundidad de la entrega y el sentido último de nuestra vida. Acompáñanos en este episodio, donde desentrañamos el misterio de la gloria según el Evangelio y descubrimos cómo la verdadera vida eterna comienza aquí y ahora. Recuerda: cada día te llevamos las lecturas sagradas en formato podcast, para que la Palabra de Dios te inspire y acompañe en tu jornada.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (20, 17-27) nos presenta a Pablo en un momento crucial: su despedida de los presbíteros de Éfeso. Pablo, consciente de que no volverá a ver a esa comunidad, hace memoria de su servicio humilde y perseverante, marcado por tribulaciones y sacrificios. No ha escatimado esfuerzos para anunciar el Evangelio y exhortar a todos al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo. Ahora, impulsado por el Espíritu, se dirige a Jerusalén, sabiendo que le esperan pruebas y cadenas, pero con una convicción inquebrantable: “La vida, para mí, no vale nada. Lo que me importa es llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús: anunciar el Evangelio de la gracia de Dios”
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El Evangelio según San Juan (17, 1-11) nos sitúa en el corazón de la llamada “oración sacerdotal” de Jesús. Es el momento previo a su Pasión. Jesús levanta los ojos al cielo y dialoga con el Padre, pidiendo la glorificación, no como un acto de vanidad, sino como la consumación de su misión: dar la vida eterna a los que el Padre le confió. Jesús define la vida eterna como el conocimiento profundo y personal de Dios y de Él mismo, el enviado. Reconoce haber manifestado el nombre del Padre a sus discípulos y ruega especialmente por ellos, porque permanecerán en el mundo para continuar la obra
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Ambas lecturas giran en torno a la entrega total y la misión. Pablo, en su despedida, nos muestra que la vida cristiana no es una carrera por intereses personales, sino una respuesta fiel a la llamada de Dios, incluso cuando implica sufrimiento y renuncia. Su ejemplo es el de quien ha comprendido que el sentido de la existencia se encuentra en servir y dar testimonio, sin reservas ni miedo al futuro.
Jesús, por su parte, eleva la mirada y nos revela el núcleo de su misión: glorificar al Padre y otorgar la vida eterna. Pero, ¿qué es la gloria en el lenguaje bíblico? No es fama ni reconocimiento humano, sino la manifestación plena del amor y la verdad de Dios. Jesús es glorificado porque ha llevado a término la obra encomendada: revelar al Padre y abrirnos el acceso a la vida eterna, que no es otra cosa que vivir en comunión con Dios.
La teología cristiana interpreta este pasaje como la culminación de la misión de Cristo. Su oración es también un envío: los discípulos quedan en el mundo, pero no están solos. Son portadores de la Palabra, continuadores de la obra de Jesús, llamados a vivir en la verdad y el amor, aun en medio de dificultades.
¿Cómo podemos vivir este mensaje hoy?
Reconociendo que cada tarea, por pequeña que sea, puede ser ocasión de glorificar a Dios si la realizamos con amor y entrega.
Buscando momentos de silencio y oración para profundizar en el conocimiento de Dios, que es fuente de vida eterna.
Asumiendo la misión personal —en la familia, el trabajo, la comunidad— como un encargo recibido de Cristo, que nos llama a ser testigos de su gracia.
No temiendo al sacrificio ni a la incomprensión, sabiendo que la verdadera gloria está en la fidelidad, no en el aplauso.
Apoyando y animando a quienes, como Pablo, dedican su vida al servicio del Evangelio, recordando que todos estamos llamados a ser discípulos y misioneros.
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