
¡Si la muerte de Jesús crucificado sobre un madero fue la máxima humillación, su resurrección y su ascensión juntamente marcan su exaltación máxima y victoria sobre la muerte y el pecado de la humanidad!
Filipenses 2:8-9, nos dice: Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un Nombre que es sobre todo nombre.
Cuando Jesús fue crucificado, sus seguidores perdieron toda esperanza; se convirtieron en un grupo de personas asustadas y con corazones quebrantados. Algunos decían: Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel (Lucas 24:21). Sin embargo, los acontecimientos del primer día de la semana los transformaron completamente. ¡No sólo estaba vacío el sepulcro, sino que Jesús se apareció a dieciséis personas en cinco ocasiones! ¡El Mesías había triunfado sobre la muerte. ¡Estaba vivo!
Durante los 40 días entre la resurrección y la ascensión, el Señor apareció unas diez veces a los suyos. Nadie fuera del círculo de sus seguidores vio al Maestro resucitado.
Jesús demostró a sus discípulos que su cuerpo glorificado guardaba las características de su cuerpo anterior, aunque con algunas diferencias. El podía comer (Lucas 24:39-43), pero su cuerpo podía pasar por las paredes también. A Tomás le enseño los cicatrices en sus manos y pies, y el lugar donde el soldado metió la lanza a su costado. Cristo reprocha la incredulidad y dureza de corazón de los discípulos, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado (Marcos 16:14). Después les dio un mandato, la Gran Comisión, con una promesa: Y Jesús se acercó y les habló diciendo, Toda potestad me es dado en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y hace discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, ydel Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:18-20).
Finalmente, Lucas nos dice que Cristo sacó a sus discípulos fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Mientras que los estaba bendiciendo, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo. Ellos le adoraron, y volvieron a Jerusalén con gran gozo. ¡Se ocuparon de estar siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios!