
En los primeros tres capítulos del libro de Romanos, el apóstol Pablo nos convence de que todos vivimos bajo condenación, lo cual nos lleva a la muerte eterna; sin embargo, esto es solo la introducción que nos lleva al medio con el cual Dios nos trae la salvación.
El punto principal de Pablo a través de la carta a los Romanos, es que, el hombre tiene que reconocer que está tan caído, que tiene que despojarse totalmente de toda esperanza en la carne antes de poder acudir a Dios. Esto es lo más importante en la evangelización, por tanto, cuando tratamos el pecado con superficialidad, estamos luchando contra el Espíritu Santo (Juan 16:8-11).
Hemos reducido el evangelio de Dios a cuatro leyes espirituales y a cinco cosas que Dios quiere que sepas, con una pequeña oración supersticiosa al final; y creemos que si alguien la repite con suficiente sinceridad; podemos declarar que ha nacido de nuevo. Sin embargo, el evangelio comienza con la naturaleza de Dios, de allí pasa a la naturaleza del hombre y su condición caída.
Esto es lo que hay que comunicarles a las gentes. Dios es realmente justo y todos los hombres son realmente impíos. Dios, para ser justo, tiene que condenar al impío. Y luego, de acuerdo con el plan eterno de Dios, fue a aquella cruz del Calvario. En esa cruz cargó con nuestro pecado; y, tomando el lugar que por ley le correspondía a su pueblo, cargando nuestra culpa, se hizo maldición. Cristo nos redimió de la maldición, haciéndose maldición en nuestro lugar.
Olvidar e ignorar el evangelio de Dios, nos hace recurrir a las artimañas baratas que se usan con tanta frecuencia en la actualidad para convertir a las almas. Busquemos la cruz y tratemos de entender lo que ella significa. Así, no necesitaremos prender fuego extraño en el incensario (Levítico 10:1-3). Tratemos de captar aunque sea un vislumbre de lo que hizo Él en aquella cruz.