
La adoración auténtica va más allá de los cánticos en la iglesia y se manifiesta en cada aspecto de nuestra vida cotidiana. No es solo un acto de domingo, sino una actitud constante que abarca nuestras decisiones, relaciones y comportamientos. Para que nuestra adoración sea verdadera, es necesario eliminar barreras como el orgullo y la autosuficiencia, permitiendo que nuestras acciones diarias sean una expresión viva de gratitud y reverencia a Dios.