
Ante la muerte, todo lo que se considera importante deja de serlo. Ilusiones, vanidades, honores, títulos, dinero... Todo pierde valor ante la vida que se va. Y al morir, cada hombre queda ante Dios. Ante la justicia verdadera y total.
San Dimas, el buen ladrón crucificado junto a Jesús, sabía que su vida se iba de un modo inexorable. -Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino, le dijo a Jesús, implorando su misericordia. Y la respuesta no se hizo esperar, Jesús le contestó con la misma expresión que solía utilizar para las declaraciones solemnes: -En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. San Dimas sólo le pidió un recuerdo y Jesús le entregó el Cielo.