
D. Jesús Higueras comparte con nosotros esta profunda meditación sobre el sentido del sufrimiento de Cristo y del de la humanidad.
Eran muchos los testigos mesiánicos del Antiguo Testamento que anunciaban los sufrimientos del futuro Ungido de Dios. Particularmente conmovedor entre todos es el que solemos llamar el cuarto Poema del Siervo de Yavé, contenido en el Libro de Isaías. El profeta, al que justamente se le llama «el quinto evangelista», presenta en este Poema la imagen de los sufrimientos del Siervo con un realismo tan agudo como si lo viera con sus propios ojos: con los del cuerpo y del espíritu. La Pasión de Cristo resulta, a la luz de los versículos de Isaías, casi aún más expresiva y conmovedora que en las descripciones de los mismos evangelistas. He aquí cómo se presenta ante nosotros el verdadero Varón de dolores:
« No hay en él parecer, no hay hermosura
para que le miremos ...
Despreciado y abandonado de los hombres,
varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
y como uno ante el cual se oculta el rostro,
menospreciado sin que le tengamos en cuenta.
Pero fue él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos
y cargó con nuestros dolores,
mientras que nosotros le tuvimos por castigado,
herido por Dios y abatido.
Fue traspasado por nuestras iniquidades
y molido por nuestros pecados.
El castigo de nuestra paz fue sobre él,
y en sus llagas hemos sido curados.
Todos nosotros andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su camino,
y Yavé cargó sobre él
la iniquidad de todos nosotros ».
Más aún que esta descripción de la pasión nos impresiona en las palabras del profeta la profundidad del sacrificio de Cristo. Él, aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos. «Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos»: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor. Si el sufrimiento «es medido» con el mal sufrido, entonces las palabras del profeta permiten comprender la medida de este mal y de este sufrimiento, con el que Cristo se cargó. Puede decirse que éste es sufrimiento «sustitutivo»; pero sobre todo es «redentor». El Varón de dolores de aquella profecía es verdaderamente aquel «cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». En su sufrimiento los pecados son borrados precisamente porque Él únicamente, como Hijo unigénito, pudo cargarlos sobre sí, asumirlos con aquel amor hacia el Padre que supera el mal de todo pecado; en un cierto senfido aniquila este mal en el ámbito espiritual de las relaciones entre Dios y la humanidad, y llena este espacio con el bien.
«Suplo en mi carne —dice el apóstol San Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia ».
Estas palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el sufrimiento presente en la historia del hombre e iluminado por la palabra de Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros». La alegría deriva del descubrimiento del sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo personalísimo Pablo de Tarso que escribe estas palabras, es a la vez válido para los demás. El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos aquellos a quienes puede ayudar —como le ayudó a él mismo— a penetrar en el sentido salvífico del sufrimiento (Extracto de la Carta Apostólica Salvifici Doloris de San Juan Pablo II).