
Cuando oramos con gratitud, no le recordamos a Dios lo que nos falta, sino que le recordamos al alma que ya tiene lo esencial.
La gratitud convierte la oración en un espacio de intimidad, donde dejamos de hablar desde la carencia y comenzamos a hablar desde la confianza.
Orar agradeciendo es decirle a nuestro corazón:
“Tengo todo lo que necesito, porque tengo la gracia de Dios.”
Cuando reconocemos que todo lo que somos ya está cubierto por Su amor, la ansiedad se desvanece y las palabras se vuelven sabias.
Dejamos de pedir desde la desesperación y aprendemos a pedir con propósito, guiados por la certeza de que Dios ya ha provisto lo que verdaderamente necesitamos.