
Cuando nos declaramos cristianos, muchos piensan que nuestra vida debería ser solo gozo, paz y victoria. Pero la realidad es que la fe no nos libra del dolor, sino que nos enseña a vivirlo con esperanza.
Las lágrimas, las pérdidas y los silencios también forman parte del camino del creyente. Creer en Cristo no nos hace inmunes a la tristeza; simplemente nos da un lugar donde derramarla sin miedo.
Las lamentaciones son tan reales y palpables para un hijo de Dios como para cualquier otro ser humano, pero hay una diferencia esencial: nosotros sabemos a quién correr. Podemos derramar nuestro dolor ante Su presencia con la confianza de Su consuelo, sabemos que Su abrazo no nos juzga, sino que nos sana.
Jesús nunca prometió ausencia de tormentas; prometió paz en medio de ellas. Por eso, aun cuando el dolor pesa, la esperanzaen Su amor siempre pesa más.
Esta semana meditaremos en cómo encontrar refugio en Dios cuando la desesperanza invade nuestros pensamientos. Aprenderemos que Su Palabra no solo alienta, sino que consuela; que Su fidelidad no solo sostiene, sino que abriga; y que incluso en la desolación, Su presencia sigue siendo un refugio vivo.
En Él hay lugar para llorar, para descansar, ypara volver a creer.