
El Señor Jesús enfatizó esto cuando dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27).
Las ovejas no seguirán a un extraño, porque no reconocen su voz.
El deseo de Dios de querer hablarnos es más grande que nuestro deseo de escucharlo y obedecer lo que nos dice.