Uno debe ocuparse de aquello de lo cual tiene control, y debe dejar que la vida y el destino, hagan su trabajo con aquello de lo cual nosotros no tenemos posibilidad de controlar. Debemos ser indiferentes ante las cosas en las que no podemos influir y enfocarnos en las que si están bajo nuestro dominio.
No podemos elegir lo que nos va a pasar, pero si podemos elegir como reaccionar ante eso. No es sencillo, pero es un arte que se va refinando con el tiempo, el arte real del buen gusto.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos, no vale la pena tomarse muy en serio los problemas, los conflictos, las emociones, todo es una ilusión que termina con nuestra muerte y que con el tiempo será olvidada por todos.
Algunos sucesos de la vida pueden provocarnos emociones imposibles de controlar, pero la mayor parte de las veces, esto no es verdad: muchas de las cosas que vivimos requieren de nuestra participación para existir, por lo que depende de nuestra respuesta, controlada y ecuánime, que las emociones no nos desborden.
En ocasiones hacemos berrinches y maldecimos porque las cosas no se dan como quisiéramos o necesitáramos, pero la realidad es que no importa que tan grande sea nuestro enojo: las cosas no cambian porque nos molestemos o porque rompamos todo a nuestro alrededor.
Actuar por impulso es sencillo, solo basta dejarse llevar, perder la consciencia por un momento y permitir que la emoción nos embargue. El reto es parar, reflexionar y decidir si es conveniente actuar.
El apego a cualquier cosa, sea esta buena o mala, termina siempre mal. Cuando el afán nos descontrola de una vida equilibrada, el exceso repercute en alún ámbito de la vida, mucho trabajo, mucho placer, mucha religión, mucho de lo que sea siempre es malo.
Los placeres en exceso son siempre causa de muchos males. Piensa esto antes de dejarte llevar por ellos y considera la abstinencia como un placer, el placer de no necesitar nada.
La vida puede ser una analogía de cómo en ocasiones las emociones nos arrebatan la consciencia racional y nos hacen actuar de manera egoísta. Reflexionar sobre lo que necesitamos y no lo que queremos nos puede ayudar a actuar con moderación.
La vida, por muy bella que sea, siempre tiene momentos malos o poco gratos. Es así, es parte de la vida y hay que entender que siempre tendremos tiempos de sufrimiento para los cuales debemos estar listos. Vivir en paz con eso es de sabios.
La felicidad es el camino, no la meta. Vivir consciente de que lo único que tienes y con lo que realmente cuentas es el Aquí y el Ahora, te hará ir despertando de la ilusión del pasado y del futuro, esos tiempos que no existen.
¿Vale la pena complicar la ya de por si complicada vida que a veces tenemos? La respuesta es simple: no, sin embargo, constantemente estamos añadiendo dificultades a nuestra existencia por ser inconscientes y no darnos cuenta que a veces todo podría ser más fácil si nosotros lo hacemos sencillo.
Muchos, pero muchos de nuestros problemas son producto de nuestra imaginación, de lo qué creemos que podría pasar o que puede estar pasando sin que eso sea realidad. La mente tiende a dejarse llevar y es necesario domarla para que no sea ella quien nos sugestiona para mal.
La mente es la verdadera gobernante de la voluntad, pero, es más fácil decirlo que ponerlo en práctica. Las dificultades que entraña controlar las emociones, nos pone a prueba cada vez que enfrentamos una crisis.
Reflexionemos sobre esos placeres, esos gustos que pueden convertirse en nuestros verdugos si no sabemos controlarlos.
Nuestra paz es uno de nuestros tesoros más importantes, ¿qué cosas y porqué estás dispuesto a sacrificar por tu tranquilidad?
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