
Desde pequeños, nuestros padres o personas significativas han intentado protegernos y hacernos vivir en un mundo de certezas.
Así, hemos crecido bajo este paraguas protector donde las cosas buenas eran “para siempre”.
Los que ya tenemos cierta edad nos hemos creído que las relaciones eran “para siempre”, que el trabajo era “para siempre”, que otras muchas cosas eran “para siempre” y esto, que, en principio, parece que debía ser positivo, nos sitúa en una zona de confort, de la que, con el paso del tiempo, es muy difícil escapar.
Porque este “para siempre” pasa a formar parte de nuestras creencias más profundas.
Y después, la vida, nos va contradiciendo, nos va enseñando que ella no funciona así.
Ni las relaciones son para siempre, ni el trabajo es para siempre, ni NADA es para siempre.
La vida es un cambio constante.