
Las recientes elecciones en Euskadi no han sorprendido a nadie; esta vez las encuestas acertaron. La memoria colectiva no existe y la opción abertxale, esa que no condena el extinto terrorismo, gana adeptos a mansalva. Es vomitivo que el candidato de EH-Bildu se refiera a ETA como grupo armado y enmarcar su existencia en un “ciclo político” ya superado. Los eufemismos no pueden ser coartada del crimen político que segó la vida de más de 800 personas e hizo escapar del territorio vasco a 180 mil, según algunos cálculos. Los independentistas han renovado sus caras adoptando discursos verdes, ecosostenibles y friendlys pero sin olvidar su objetivo: la independencia. Entre los vascos hay una mayoría que apuesta por este propósito, tanto a derecha, con el PNV como a Izquierda con Bildu. Los partidos nacionales españoles no son más que comparsas en las provincias vascas.
En Cataluña en nada tenemos también comicios y el panorama no será muy diferente. Los partidos nacionalistas reivindicarán su importancia contando con un respaldo mayoritario. Lo que hoy pasa es consecuencia de años, muchos años, de política errada, de política fallida y de políticos malos. Los mimbres del nacionalismo excluyente tuvieron su encaje en la Constitución y la ley electoral, que le ha procurado ser decisivo en la gobernanza de este país aun llamado España. Puede que en 20 años ya no nos llamemos así. Tal vez seamos la comunidad de vecinos mal avenidos antes conocida como España.