
El comportamiento de la consorte presidencial está lejos de ser impecable. La instrucción judicial pretende dilucidar si hay delito de corrupción en los negocios y tráfico de influencias. Ese es el propósito del procedimiento. En una instrucción se investiga y se determina si existen pruebas o indicios suficientes como para encausar a los investigados. La garantía procesal hace que quienes sean investigados tengan el sagrado derecho, no ya de defenderse, sino de aclarar todo lo que el juez considere que está oscuro. Es muy probable que el proceso judicial no desemboque en una imputación formal. Es muy probable que los actos cometidos por Bego no sean constitutivos de delito. Ahora bien, lo que sí es evidente es que su actuación no observó ninguna ética, ninguna estética y escasa moralidad. Su comportamiento es vergonzoso y tiene poca defensa, a tenor de lo que se ha ido conociendo. Pero, haga un esfuerzo de empatía. Póngase en su lugar y piense en lo vergonzoso que ha de ser verse implicado en una investigación judicial sobre una actividad profesional. Le pido ese esfuerzo, pero no para provocar su compasión o lástima, sino para que entienda que Bego debe estar pasando un calvario, el que ella misma se ha buscado, por otra parte. A su trance judicial suma, además, la reciente pérdida de su padre, un golpe más que debe estar pasándole factura. La empatía, sin embargo, no quiere decir que no se exijan responsabilidades a quienes han participado en los cambalaches protagonizados por la mujer del presi.