
Sánchez y Feijóo actuaron en el debate, siguieron su guion todo lo posible y defendieron el papel. El uno, Sánchez, lo fio todo a su telegenia y su previsible superioridad verbal en la oratoria. Es posible que su prepotencia esta vez le jugara muy en contra. El otro defendió su semblante serio y templado para mostrarse confiable y erigirse en la alternativa razonable y necesaria. Son dos actores al servicio de un objetivo: el poder. Pero este país, aun llamado España, no cambiará apenas nada con la alternancia de azules por rojos. Los grandes problemas estructurales que atesora esta nación del viejo occidente no son abordados seriamente ni lo serán a corto, ni medio plazo. Los políticos solo piensan en lo inmediato y en la poltrona. Y los ciudadanos solo pensamos en que nos dejen en paz y no ver espectáculos como el mentado debate: un verdadero teatrillo para pardillos.